De analogías bobas y otros bichos raros

>> 30 abr 2013


Hay un libro (siempre sé que puedo hablar de un libro con vos y que vas a entender la analogía) cuyo título no recuerdo y menos que menos el autor, pero se trata de un viajante, esos tipos que viajan por todo un país haciendo negocios y solos como una ostra en un auto viejo. Bueno, quizás, el auto no fuera viejo, pero siempre pienso en un auto viejo, gajes de lectora de novelas de misterio. El tipo éste, el viajante, está yendo por una ruta en el medio de la nada y hace un calor que derretiría el iceberg que chocó contra el Titanic en medio minuto, entonces se rompe el auto (lugar común si los hay para los libros de suspenso). El viajante, al que vamos a llamar John por comodidad, camina y encuentra una casa un tanto solitaria. Llama a la puerta y atiende una mujer y, al ratito, aparece un hombre que parece ser el marido de la mina. El tipo le arregla el auto a John, pero, para entonces, ya es de noche y se queda a cenar y a pasar la noche ahí ante la insistencia de la pareja. Desde este mismo instante John cree, y quien está leyendo también, que hay algo misterioso en la casa, algo que no alcanza a saber qué es, algo peligroso. Pasan unas cuantas páginas al respecto de esta sensación y una, que tiene una imaginación frondosa, cree que en cualquier momento sale Jason con la motosierra, pero no, ningún Jason sale y, en un momento, John descubre qué es eso misterioso y peligroso: el hombre y la mujer estaban casados e iban a tener un hijo, era el amor entre esas dos personas lo que lo había impresionado tanto, lo que le había producido esa sensación extraña y terrorífica. Llevaba tanto tiempo recorriendo los caminos solo, alejado de la intimidad de la vida cotidiana que no se había dado cuenta de lo que tenía ante las narices.
Bueno, ahora vamos a hacer una analogía entre el desatino de John al asustarse tanto por eso que no conoce y la propia historia. Yo creo que cuando una está demasiado tiempo andando en los caminos en un auto viejo comienza a desconocer y a temer ese tipo de vínculos. Aunque desde la palabra lo busque, aunque desde la teoría diga cualquier pavada, aunque escriba poemas ponderando eso que busca. Creo que se lo teme por desconocerlo y creo que se actúa en consecuencia poniendo pies en polvorosa, pero también creo que es un error porque si aterroriza es, justamente, por desconocido, por poco común, por raro. Y como no abunda y como no es fácil de encontrar, me parece una idiotez salir corriendo. Y, ojo, esto lo digo yo que soy la primera en sacar pasaje a la Antártida en cuanto algo me asusta. O, debería decir, era. 
John y yo tuvimos mucho en común, sí, quiero creer que aprendí. Corrijo: sé que aprendí. Será cuestión de cruzarse con quien aprendió lo mismo, ¿no te parece?

2 comentarios:

Gerchu,  1 de mayo de 2013, 1:00  

Hasta que dejó su relato acerca de John, el título no era no sé qué de analogías.
El titulo era: Oníricamente masoca.

Bue, después vino lo de después.

Igual me gusta, sólo porque lo escribe usted, que escribe muy bien. Me da miedo a veces ... mire si enseña matemática tan bien como escribe y tengo que cerrar mi club llamado "Viva la Matemática ... en el fondo del Averno"

Besos!

Se la extrañó, sépalo.

Ger.

Gabriela Aguirre 1 de mayo de 2013, 16:11  

Gerchu: Jajajaja!
La matemática no vive en el fondo del Averno. En el fondo del Averno vivimos los profesores de matemática. He dicho.
Besos!

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