Papi

>> 3 feb 2010

Nunca nadie lo llamó por el nombre. Mi viejo era 'papi' incluso para quienes no eran sus hijos -es decir todos menos yo-. Era el 'tío papi' o simplemente 'papi' a secas.
Cuando era chica odiaba que le dijeran así porque era mi papi ¿qué tenían que andar diciéndolo los demás? Él me contó que se ganó este apodo porque me llevaba a todos lados cuando era pequeña -muy- y, aparentemente, era una rompepelotas importante que andaba todo el tiempo diciendo 'papi mirá esto, papi aquello, papi tal cosa'... ergo... la culpa era mía, así que me la comí bastante bien que todo el mundo lo llamara de esa manera [sus amigos venían a casa, tocaban el timbre y era muy gracioso escucharlos preguntar "¿está papi?"].
Siempre me acuerdo de él en los momentos más insólitos. A veces, cuando viajo hacia mi casa, sube alguien que tiene alguna característica suya: una remera parecida, un bolsito como el que llevaba a todos lados, una manera de pararse... Entonces me acuerdo de alguna anécdota y me río sola en el colectivo. Es increíble que me pueda reír acordándome de alguien que no está y que no va a volver, que fue tan importante en mi vida, pero es que no me sale recordarlo de otra manera.
Mi viejo era un tipazo. Me crió solo desde que yo tenía un año, hizo lo que pudo y pudo bastante. Me educó en la independencia, en la seguridad, en el "intentá y si no te sale... intentá otra vez" (y así de tozuda salí). Nunca dejó de tener en cuenta mis opiniones aunque vinieran de una nena de diez años, eran tan válidas para él como la opinión de cualquiera, vivía en el "vos podés" y yo lo viví con él y lo hice carne.
Apoyó todas mis decisiones, incluso las erradas; se acercaba y me decía "¿estás segura de esto?, porque me parece que..." y exponía su punto; si yo insistía, él aceptaba y estaba ahí para mí. Siempre decía que para aprender a clavar bien un clavo, era necesario arriesgarse a martillarse un dedo (mi viejo era muy hábil con las manos, así que sus metáforas siempre iban por ese lado).
No tuve deudas pendientes. No hubo nada que no le pudiera decir, nada que él no me pudiera decir y eso es fue lo mejor de nosotros. Nos sentábamos los sábados a la mañana a tomar mate en la puerta de casa (dulce y con café), en silencio o hablando de cualquier cosa, esa tradición la mantuvimos desde que yo tenía 5 hasta mis 18, cuando me independicé..., esas horas de la mañana eran valiosísimas, yo le contaba lo que había leído, él lo que había construído, ambos lo que queríamos hacer.
Siempre me acuerdo de él en los momentos más insólitos, hoy lo recuerdo y no porque en unos días se cumpla un año de su ausencia sino porque sí, porque soy lo que soy gracias a él.

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