Golpe

>> 27 may 2012

Tener un negocio de comidas hace que, cada tanto, la realidad te pegue un golpazo. No creo estar muy alejada de la realidad de mi país, sin embargo, ayer me pegó un golpazo y fue este:

Ocho o nueve de la noche, nena de unos cinco o seis años. Sola. Al menos entró sola al local. Ropa gastada, pero limpia, con una bolsa enorme para su tamaño, un poco despeinada, las manitos sucias y unos ojos que traspasaban cualquier cosa.
Yo estaba de espaldas a ella, no la vi entrar.
- Señora - me llama.
La veo. La miro a los ojos. Unos ojazos marrones hermosos que guardan, todavía, un poco de infancia y de juego.
- ¿Qué, mi amor?
- ¿No tendría un vaso de agua?
Para vos tengo todo, agua, comida, un abrazo y lo que quieras.
- No, pero tengo jugo, ¿querés?
- Sí, por favor.
Le traigo un vaso de jugo, lo agarra como con miedo, toma un poquito.
- Gracias.
- También tengo una empanada calentita, ¿querés?
- Sí.
Y se la doy. Y me agradece otra vez y se va con su bolsa enorme, sus manitos sucias y sus ojazos. Y me deja un nudo en la garganta. 

Algo estamos haciendo mal. Algo estamos haciendo muy mal si esto pasa, y yo sé que pasa todo el tiempo. Algo estoy haciendo, entonces, muy mal si lo permito.
Creo que se abre una puerta acá. Creo que esta nena me abrió una puerta. Creo que no quiero permitir que un sólo nene en mi barrio tenga hambre. Voy a hablar con mi hermana para ver qué podemos hacer, aunque sea poquito.

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Ciega y muda

Él era viudo, tenía dos hijos, era mago, pero no mago como los que sacan conejitos de los sombreros, mago como Harry Potter, se parecía a Robin Williams (yo era más alta que él, incluso), y era el amor de mi vida.
Pero el amor de mi vida se había "tomado un tiempo" y yo, como suele suceder con estas cosas, lo había dado por perdido.
Estaba sentada en el patio de una casa de campo que, aparentemente, era mi casa. Todas estábamos sentadas alrededor de una gran mesa bordando o tejiendo una especie de colcha. "Todas" no sé quiénes éramos, pero llegábamos a las diez o doce personas. Entonces llega él. Yo estoy de espaldas a la calle, pero las chicas me miran significativamente y giro la cabeza. Lo veo. Viene radiante, sonriente, viniendo hacia mi con su capa de mago al viento. En principio quiero mandarlo a freír espárragos a la Antártida y decirle quién se cree que es para jugar así, pero me ganan las ganas y lo abrazo.
- Vine a buscarte - me dice. Y es suficiente para mí (ahí ya tendría que haberme dado cuenta de que estaba soñando).
Le pregunto dónde están los nenes y me dice que en el auto. Le pregunto dónde está el auto y me dice que estacionado como a cinco kilómetros. Los nenes también tienen poderes mágicos, el más grande tiene pico de pato y cuernitos móviles como los caracoles, el bebé todavía no se sabe.
Ahí ya me calenté para el orto y le pregunté si no lo estacionaba frente a mi casa por vergüenza o qué, pero no me responde y vamos caminando hacia donde está el auto, que era en la ciudad de Pilar.
Mientras caminaba, yo adelante y él atrás, le recriminaba que cómo carajo se le había ocurrido dejar a los nenes solos en el auto. Él no decía nada, caminaba atrás mío sin decir nada. En un punto yo estaba feliz de que volviera, en otro estaba furiosa.
Llegando a Pilar comienza a haber más movimiento de gente y lo pierdo, pero asumo que debe estar por ahí, así que me pongo a buscar el auto. Entro a un estacionamiento donde casi me atropella un micro, pero no está y me empiezo a desesperar porque siento que es flor de irresponsable. No sé cómo me pierdo y termino en un laberinto de casas y habitaciones todas comunicadas. Vago por estos lugares y descubro que no puedo hablar, no puedo comunicarme con nadie, la gente me mira raro, hablan entre ellos señalándome, eso no me importa, pero me incomoda un poco. Se hace de noche y duermo en una especie de nicho con colchón y frazadas. Era toda una pared llena de estos nichos-camas y dormían alumnos y profesores de algún colegio privado porque todos iban con uniforme. En algún momento siento que me tengo que ir de ahí y seguir buscando, bajo del nicho-cama que estaba como a dos o tres de distancia del suelo y salgo por un pasillo, pero recuerdo que estoy descalza y vuelvo por mis zapatillas. Alguien, una mujer, parece profesora de algo, me las saca y yo me enojo, pero no puedo más que emitir gruñidos, soy una especie de mujer salvaje, entiendo lo que dicen, pero no puedo comunicarme. La mujer me dice algo y yo agarro sus botas enojada. Ella me ordena que las suelte, me ordena como se le ordena a un perro que suelte algo y yo se las tiro a la mierda y me voy corriendo.
Termino en una plaza desorientada, hay mucho ruido, mucho movimiento, mucha gente, no sé dónde estoy ni quién soy. Descubro que tampoco veo, estoy ciega. Alguien me lleva al hospital y ahí termino. Al hospital también fueron los hijos del amor de mi vida (que, obvio, desapareció), pero yo no los veo. El más chico está en una cuna jugando, al más grande se ve que quisieron sacarle el pico de pato que le quedaba tan lindo y ahora está descascarado y vendado, tampoco ve nada, se llama Pedro, no está feliz, la gente del hospital no puede entender a nenes con poderes mágicos...
El tiempo pasa y termino cuidando a otros nenes en la nursery donde también están Pedro y el bebé, pero como no veo, a pesar de cuidarlos no los reconozco. Ahora veo todo como si fuera espectador y no protagonista.
Veo a un enfermero levantar al bebé y llevárselo a su hermano, cuando el bebé se ríe salen estrellitas blancas, el enfermero lo ve, pero no piensa en ello. Lo pone en la cama con su hermano todo vendado, yo paso cerca, ciega, llevando agua para  un nene de otra cuna, Pedro me agarra con su manito. Veo, veo su manito en mi mano y me despierto.

Está tan lleno de asociaciones este sueño que me da miedo empezar a hacerlas.

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