Hillsong

>> 2 feb 2013

No creo en dios, soy lo más atea de la existencia, atea talibán, dicen algunos. Eso ya lo saben y no me voy a poner repetitiva, pero creí, claro que creí, de pequeña. Creía en el Ratón Pérez, en PapáNuel, los Reyes Magos, las hadas, los duendes, el hombre de la bolsa, Jesús, la palomita blanca y Dios. No en el mismo plano, pero casi.
Cuando cayó el más grande, arrastró a los demás en la caída, porque si ya no creía en el que había "hecho" al mundo en seis días y al séptimo se tiró a dormir la siesta, ¿de qué manera iba a creer en un ratón que se llevaba mis dientes y me dejaba plata a cambio? ¿o en el gordo vestido de rojo que, se supone, dejaba regalos bajo el árbol a todos los chicos del mundo en el mismo día?
Si existe algo en lo que creo menos que en dios aún, eso es la iglesia, cualquiera sea su categoría. De pequeña fui a unas cuantas y fui por tres grandes razones: obligación, amor y música. Por obligación cuando no podía decidir. Mi tía me levantaba temprano el domingo y había que ir a misa.  Llueve, truene o patalee. Por amor cuando ella ya no podía mandarme porque no estaba, pero yo sabía que hubiera querido que siga yendo y ahí iba. Catecismo, comunión y toda la bola. Mi amor llegó hasta la comunión y dije basta (un amor de morondanga, se ve). Y la música..., bueno, la música me llevó a otras iglesias, sobre todo evangélicas (o evangelistas, nunca supe cuál era la manera correcta de llamarlas): pentecostales, bautistas, misioneras y otras que ni me acuerdo. Me llevaba la música. Si existía un lugar en donde me sentía cerca de alguna entidad que podríamos llamar dios, era cuando escuchaba esa música. Después mandé todo a cagar. Básicamente cuando descubrí que la misma gente que estaba ahí cantando conmigo eran los más grandes "pecadores" de toda la Vía Láctea y sus alrededores.
De grande fui a iglesias sólo por dos razones. O bien por obligación porque mi hermana insistió en bautizar a mi sobrino y como resulta que soy la madrina no podía no ir, o bien para acompañar a alguien (con tanta mala suerte que ese día sacaron fotos, ¿pueden creer?, aparezco en la página de una iglesia luterana, y, por si se lo preguntan, ni la iglesia se derrumbó, ni yo giré la cabeza 360 grados vomitando sopa de arvejas).
Vuelvo a decir y me pongo repetitiva: no creo en dios. Pero a veces me gustaría creer. La gente que cree (la buena, de los otros hay un montón) es tan confiada, está tan entregada a eso que no sé qué es, pero que, parece, los libera de algún tipo de preocupación, que me gustaría ser una de ellos. Mientras que yo soy la escéptica que piensa en las causas y consecuencias, los cristianos creen que todo tiene una razón y que esa razón es buena per se. Ellos confían mientras yo miro para todos lados esperando un golpe (golpe que, por otro lado, siempre llega). Mientras yo me pregunto el porqué de las cosas y pataleo y me digo que no es justo, ellos..., confían. Y, lo que es peor, ¡les basta! Sólo por eso me gustaría creer. Tengo la sensación de que creer sería como dejar las decisiones a otro sabiendo que lo que decida está bien, sería como sentirse protegida alguna vez. O algo así, no sé.
Todo esto porque revisando mi lista de reproducciones en youtube encontré a un grupo cristiano cantando y me acordé de esa música y de lo que me pasaba cuando cantaba, cuando me sentía tan en comunión con esa entidad que podría haber llamado dios. Si las cosas hubieran sido diferentes probablemente yo hubiera estado entre esa gente del video con las manitos en alto también.
Se los dejo para que, si quieren reírse de mi, se rían nomás. Yo no me río, sólo pienso.

Pascu: compartíselo a la Marta, que seguro le gusta.

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