Amor materno

>> 13 dic 2011

No debe haber nadie en el mundo mundial a quien le importe menos la estética o la moda que a mí. Pregúntenle a mis ex que, pobres, han tenido que luchar con mi manía de ponerme lo primero que encuentro sin importarme un soto si queda bien llevar una camisa verde loro bajo un pullover rojo furioso (hasta el día de hoy voy a insistir con que queda lindo, porque yo lo digo, punto, final).
Mi madre es una de esas personas que rompe mucho con el temita de qué te ponés y para qué ocasión. Si es por ella viviría en tacos. Flor de golpazo se dio el día que me vio con pantalones cargo, zapatillas de escalar y musculosa. Desde ese día hasta hoy, cada vez que me ve vestida así, me nombra por el poco feliz  sobrenombre de "cacho".
Obviamente cada vez que lo hace se encuentra con un discurso de media hora sobre la identidad, la ropa, lo superficial y la mar en coche.
Bien, esa es la introducción, ahí vamos:
Viernes, 23:30 horas y estoy llegando a mi casa. Mi madre cree que si no me espera en la parada a esa hora voy a terminar golpeada, violada, con algunos órganos menos y tirada en una zanja, ergo, va a esperarme. Bajo del colectivo y la veo al otro lado de la calle, me saluda con la mano, espero para cruzar, le doy un beso y me dice "hola, cacho".
La miro así O_. y me miro: jeans ajustados, tacos, remera con escote y voladito de minita, aros, pulsera...
- ¿Perdón? Al final no hay esponja que te venga bien a vos... si me pongo zapatillas soy cacho y si me pongo tacos también.
- Ay, hija, perdón, no te había visto. Estás linda.
- Andá a cagar. Dos veces.

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