Como si

>> 4 abr 2013

Siempre digo, y con mucho orgullo además, que una de las pocas cosas que aprendí es a soltar, a dejar ir, a abrir las manos y que sea lo que tenga que ser.
Lo que nunca digo es a qué costos.
Y es terriblemente alto. Y cuesta. Cuesta todos los días, todas las horas, todos los minutos.
Cuesta cuando me levanto y cuando me acuesto. Y mientras me tomo un mate a solas, o hago zapping en el televisor revolcada en un sillón. Cuesta mientras leo un libro y, de repente, algo sucede y me quedos mirando a la deriva, tratando de acercar lo lejano, lo inacercable, lo que ya no existe.
Y cuesta porque me niego, está claro. Porque es mentira que acepto, es mentira que suelto, es mentira todo.
Hago como si.
Como si me creyera mi propia madurez me levanto y desayuno, voy a la facultad, me río con compañeros, hago chistes, falto a clases y, a veces, me enfermo y digo que está bien, que ya pasa. Y leo, viajo, estudio, planeo, proyecto y en el fondo no entiendo cómo es que el mundo no se frenó, por qué todos siguen haciendo sus vidas como si nada. Eso es: como si nada.
Sigo, claro que sigo, no sé vivir de otra manera, pero no quiero seguir, quiero quedarme instalada en un lugar en el que ya no hay lugar para mí. Sigo como si es fuera la única manera de aprender y quizás lo sea, pero no estoy viendo los resultados.
Entonces es mentira que aprendí, no aprendí nada, simplemente me resigno a que sea como es porque no hay opciones, porque es lo que es.
Como si no me importara.
Pero me importa.

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