Oníricamente sado

>> 27 feb 2013

Detesto tener los ojos vendados, pero es parte del juego. Por primera vez en mi vida me metí en una situación de la que no tengo control. Por un lado me gusta y por otro me aterra. Mucho de ambos.

Conozco el lugar en el que estoy: una habitación pintada en tonos de azul y algún otro tono más intenso que no alcanzo a recordar. A mi izquierda, con el cabezal contra la pared, hay una cama enorme de bronce y con dosel. Es una especie de refugio. Es una cama que inspira todo tipo de imágenes románticas, pero, por desgracia, no hay ninguna mujer acostada ahí cual bella durmiente. La pared del fondo está cubierta de estantes llenos de libros con las tapas ajadas, como si hubieran sido leídos varias veces, como me gusta que sea. La iluminación no es eléctrica, el sol entra a través de las cortinas. Estoy parada casi en el centro de esta habitación con los ojos vendados y la precisa instrucción de no moverme.
Escucho la puerta que se abre y cierra, unas pisadas. Apenas puedo resistir la tentación de arrancarme la venda de los ojos. El corazón me late a toda velocidad y me doy cuenta de que tengo la mente en blanco.
Quiero gritar, pero el silencio también es parte del juego: "sin moverse, sin ver y sin hablar". No debe haber nada que agudice tanto el resto de los sentidos como la prohibición de usar los otros.
Se acerca. Apoya una mano sobre mi mejilla. Tiene las yemas de los dedos calientes, como si tuviera fiebre. Algo frío me toca los labios y aspiro la fragancia frutada del vino. Bebo de sus manos y casi inmediatamente siento su boca en la mía. Una descarga de alto voltaje. Ella me suelta y retrocede. Escucho el sonido de copas apoyándose sobre algo. Luego vuelve y me toca la cara despacio, como si estuviera ciega. Me acaricia, juega conmigo. Sabe. En aquel momento la odio, pero, al mismo tiempo, me encanta lo que me está haciendo.
Cuando siento que no puedo más, me saca la venda de los ojos. Tiene el pelo largo y rojo, se desparrama sobre sus hombros como un velo. Es alta aunque no mucho, no más que yo. Tiene los labios gruesos y unos ojos redondos que me miran con curiosa inocencia, como ajenos a los míos. Hay algo en ella, algo palpable, imposible de definir. No creo que las personas tengan un aura ni que emitan vibraciones, pero ella parece exhalar una fuerza primitiva. Cuando la miro pienso en la palabra "lujuria".
Esto es la locura, me digo. Las luces bailan a mi alrededor, las paredes se disuelven, dejo de respirar por un segundo o dos. Puedo mirarla, pero todavía no puedo moverme ni hablar, son las reglas. Ella, sin embargo, está diciendome algo que no logro escuchar o a lo que no puedo poner sentido. Las palabras "enamorada de ella" se confunden en mi cabeza con el deseo de posesión. Mi cuerpo se pone rígido mientras me sacuden oleadas de placer, una tras otra, hasta que siento que tengo que gritarle que pare porque tengo miedo de que si sigue así me voy a morir.
Me besa. Besa como ninguna otra mujer. No sé explicar en qué consiste la diferencia. Besa como si acabara de descubrir el arte de besar.
Hace una seña casi imperceptible para darme su aprobación y, entonces, las reglas cambian. Empiezo a desabrocharle la camisa quizás con torpeza, quizás con urgencia o con ambas. Inclina la cabeza para soltarse el cinto y ese gesto actúa como un resorte. Le bajo el pantalón, me arrodillo delante de ella y sepulto mi boca en su sexo. Me separo, me desnudo con impaciencia, la miro: la forma en que respira, la forma en que se mueve. Definitivamente esto esto es la locura. 
Nos acostamos y empezamos a revolearnos sobre la cama, besándonos, frotándonos una contra la otra, como si hicieran falta mil manos y mil bocas, como si la piel fuera un muro que impide la completa posesión, como si hubiera que derribarlo. Le separo de nuevo las piernas, vuelvo. No puede quedarse quieta, no deja de moverse y me araña y me pide que suba hacia su boca, pero no, las reglas cambiaron y es mi turno.
Me doy vuelta, invierto mi posición. De inmediato siento su boca en mí, me abraza con fuerza y al llegar el orgasmo siento como todo su cuerpo se contrae al tiempo que se mueve y grita y gime en una sucesión ininterrumpida de espasmos.
Duermo durante media hora quizás, tapada con las sábanas. Afuera llueve. Me levanto y cierro las ventanas. Y otra vez su cuerpo y el mío, pero esta vez de una forma tierna, tomándonos más tiempo. Y cuando estamos una dentro de la otra, grito "oh, dios" y se empieza a reír a carcajadas. Y hacerla reír es casi tan maravilloso como llevarla al orgasmo.



Puntos a tener en cuenta:

a) Claramente es un sueño. No se entusiasmen.
b) La figura de "ella" está plenamente identificada, pero resté características que pudieran hacerla reconocible y sumé otras.
c) Obviamente el sueño (y probablemente el texto) está bajo la influencia de unas novelas pedorras que leí hace poco.
d) Los puntos a),b) y c) son suficientes para que Mana comente: "caliente como papa en fonda", pero dejame decirte, Mana, que no me desperté así sino con un enorme ataque de angustia.
e) El texto está reordenado como para que lo entienda alguien más que yo, en el sueño real las cosas suceden tan rápido y tan desordenadas que se vuelve imposible describirlo tal cual. También agregué características, la cama con dosel, por ejemplo, no la recuerdo en el sueño, pero me pareció que iba a ir bien y, además, amo las camas con dosel.
f) Me cago en Christian Grey y en las fantasías que inserta en mi vida onírica.

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