En disidencia

>> 31 jul 2012

Salgo de bañarme a las dos y pico de la mañana y hace frío. Agarro mi libro, prendo velas en la habitación (todo es mejor con velas, he dicho), me llevo un chocolate y los cigarrillos.
La habitación está calentita: estufa prendida all time, para pagar la cuenta de luz voy a tener que prostituirme, pero no importa. Abro el libro, un bestseller, sí, a veces leo bestsellers, ¿y qué?, me acomodo, la cama es el colmo del orden, toda estiradita...
Ayer hice la cama por fin después de... pufff... no sé. Cambiaba las sábanas, mal pensados, pero no la hacía del todo, simplemente volvía a poner el rejunte de frazadas y acolchados así como caían. Dormí en esa cama nido todo este tiempo. Creo que porque abrigaba la fantasía de que algunas moléculas no se iban de ese menjunje que se armaba entre mi piel y las frazadas. Me arrellanaba en el montón de colchas, daba vueltas y el montón se convertía en un lío, pero no me levantaba, no, me negué a eso durante todo este tiempo.
Ayer decidí que ya es suficiente. Abrí las ventanas, saqué todo, puse sábanas limpias y con perfumito, estiré todo al mejor estilo gabrielaobse, encontré pelos que no era míos y los dejé caer al piso. Después barrí.
Ahora veo todo con el libro abierto y me entra como un granito de arena. En un punto la cama nido también era un refugio, un lugar a donde volver, en donde dejar volar la fantasía o el sueño.
Hoy hablaba con Cris de los tiempos de cada uno. Y me dejó pensando, para variar (yo también, pero ese es otro tema), no sé si arriesgar una conclusión, creo que no hace falta, la metáfora de la cama basta y sobra. Y, aunque una no quisiera, aunque se negara, aunque conservara una fantasía boba, ya era tiempo de poner orden. 
Firmando en disidencia, si se quiere, pero hacerlo igual porque es lo que hay que hacer, no?  

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