Martín

>> 16 ago 2011

Cuando era chica éramos realmente pobres. Muy.
La ropa con la que me vestía, los juguetes con los que jugaba a veces, el delantal del colegio y hasta los útiles eran siempre cosas que alguien más había usado y que ya no quería.
No me importaba mucho, a decir verdad. Había cosas mucho más importantes en qué pensar. Vivía con mi papá, él trabajaba prácticamente todo el día y en el tiempo en el que no estaba se supone estaba al cuidado de su madre (es decir mi abuela, pero yo no le digo así). No éramos tan pobres como para que nos faltara qué comer, o eran las menos, pero no existía la más mínima posibilidad de tener cosas nuevas. Y como esa posibilidad no existía, aprendí a no desearlas.
Ahora las nenas se visten de princesas y hay todo un merchandising al respecto: vestidos, maquillaje, tiaras... En esa época jugábamos a la escondida hasta las diez de la noche o armábamos fuertes con los soldaditos de mi primo (que tenía millones) para después organizar una masacre con cañones de bolitas de papel o una ciudad con cajas vacías en la que los autitos paseaban por el caos de calles hasta que un monstruo enorme aparecía por un costado para romper todo. Las princesas no existían. No en mi mundo al menos. Disney era sólo una palabra más o menos rara.
Una vez mi papá estuvo trayendo (mi papá era albañil) durante seis días a la semana y por tres o cuatro semanas un bolso cargado de libros de la casa en donde trabajaba porque los dueños habían fallecido y sus hijos querían tirar todo. Ahí se armó mi primera biblioteca con más libros de los que podía leer. Y leí. Un montón. Nadie se ocupaba de seleccionar si eran lecturas adecuadas, así que leí de todo: Poe, Dickens, García Marquez, Neruda, Mark Twain y también mucha bazofia. Tenía siete años.
A una cuadra vivía mi familia materna: mi madrina y mi abuela. Ambas trabajaban como empleadas domésticas y siempre me traían juguetes lindos que los niños de esas casas donde trabajaban no querían: muñecas con vestidos largos y llenos de puntillas. Esas muñecas no existen más, ahora todo son barbies o bebés, es decir: o mujeres adultas o bebés, pero en esa época las muñecas eran nenas (me siguen gustando ese tipo de muñecas todavía). Yo no jugaba con ellas, las tenía casi como adorno en mi cama, siempre estaban sentadas contra la almohada y para dormir las sacaba y las apoyaba en una mesita que tenía, me gustaban porque eran lindas, porque usaban ropa linda y estaban siempre sonrientes.
Más arriba dije que había aprendido a no desear cosas nuevas. Es mentira. Mi más grande ambición era tener un bebote de esos que mostraban en la tele. Esos que tenían una cabeza enorme y eran peladitos, algunos venían con un chupete, otros con su moisés, todos con pañal y ropita.
Yo sabía que nunca, nunca, nunca iba a tener uno y entonces no lo pedía, pero lo deseaba mucho. Tenía unas amigas a la vuelta de casa que tenían dos y siempre iba a jugar a su casa para poder agarrarlos a upa y cambiarles la ropa (es increíble lo condicionadas a ser madres que estábamos, jajaja!).
El punto es que leyendo el otro día un post de Flor me acordé de esto:
Un día falté al colegio no me acuerdo por qué, estaba jugando en la vereda de mi casa y de pronto veo a mi abuela (la que vivía a una cuadra) caminar con un paquete enorme hacia la esquina y la saludo agitando la mano: no me ve, sigue de largo y desaparece por la esquina. Seguí jugando un rato más, no me acuerdo a qué, pero creo que estaba armando unas cuevitas para las hormigas o algo así. Al ratito aparece mi abuela con ese paquete enorme y corrí a abrazarla (amé a mi abuela más allá de lo decible). Me cuenta que fue a mi colegio para verme y que se asustó cuando le dijeron que no había ido (ja! no faltaba nunca).
- Te traje esto -me dice y me entrega el enorme, enorme paquete que apenas me cabía en los brazos.
- ¿Para mí? Pero no es mi cumpleaños...
- No importa. Dale, abrilo.
Estábamos las dos en la vereda de mi casa, tenía ese paquete enorme envuelto en un papel celeste y con un moño grandote. Era un regalo para mí y yo no sabía si llorar o reír (ah, sí, la mariconez me viene de pequeña).
Lo abrí con mucho cuidado (nunca rompía los papeles de regalo porque siempre servían para algo después): había un bebote como los de la tele, con chupete, moisés, mamadera y ropita. Nuevo. Impecable. Para mí.
No me salían las palabras. Me lo quedé mirando sin saber qué decir, no lo podía creer.
- ¿Te gusta?
- Pero abue..., es muy caro... -no quería decirle eso, quería quedarme con él, era mi sueño más grande, pero me sentía casi en la obligación de advertirle que era mucho.
- No importa. ¿Cómo le vas a poner?
Lo miré. Era mío y era hermoso.
- Martín.
- Bueno, entonces Martín y vos pueden venir a la tarde a tomar la leche y te enseño a tejerle ropita, ¿querés?
Martín estuvo conmigo durante mucho tiempo. Mucho, más de diez años. Hasta que mi hermano lo suicidó tirándolo a la chimenea un día (para ese entonces Martín había pasado a ser propiedad de mi hermana). Confieso que lloré.

20 comentarios:

Anónimo,  16 de agosto de 2011, 12:08  

Un nudo en la garganta y otro en el corazón...

Muda me quedé... muda y con miles de recuerdos haciendo "toc-toc" en mi cabeza...

Qué lindo tu papá...
Qué dulce tu abuela...

Abrazo fuerte

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 12:12  

Jor: Lindo mi papá. Siempre. Mi abuela también.
Otro abrazo.
Besos.

Anónimo,  16 de agosto de 2011, 12:18  

ay teté!!!!..... boluda!!... me vas a hacer llorar!!!...... a mí me pasaba algo parecido, pero me lo guardo para mí. Tal vez me equivoco, pero a veces, cuando le compro algo a Agus, o le coso algo, algún disfraz, o lo que sea, en parte, también lo hago para la niña que fui una vez!! quiérote, mucho. Moni

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 12:31  

Moni: A mí me quedan residuos de aquella época cuando me pongo a pensar en si vale la pena comprarme el celular de 1500 mangos. Casi siempre decido que no, que no lo vale, jajajaja! (aunque a veces diga sí).
También te quiero. Besos.

amapola loca 16 de agosto de 2011, 12:52  

tu papá una enormidad!!
ya me caía bien. ahora más!
beso.

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 13:55  

amapola loca: Sí, un tipazo.
¡Recibí tu postal!!!!
Te quiero.
Beso.

Anónimo,  16 de agosto de 2011, 15:00  

Hola Gabi, Bueno comento acá...ja ja. Será a lo mejor una cuestión de generación? Pero me gusta mucho tu post. Por el hecho que describís situaciones muy parecidas a la de mi niñez. Amiga. La pucha... lo que era jugar en la vereda y hacer guerritas con las hormigas, ser feliz con tan poquito y a la vez cosas tan valiosas para la vida,no?
También mi abuela me regaló un "Bebote" el mío se llamaba José María y tenía pelo con rulitos.
Está por ahí, guardado en un placard. Con los pelos chamuscados, porque mi hermana también lo metió en la estufa para secarlo ya que lo había bañado y no se secaba.
Gua!... Gabi...
Lo de los libros en mi infancia te lo cuento otro día.


Saludos. Mur

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 15:11  

Muriel: Ah, sí tuve ráfagas de felicidad con bastante poco, la verdad.
Gracias!
Otro día me cuenta lo de los libros, acordado.
Besos!

torta que se desconoce 16 de agosto de 2011, 15:34  

El otro dia vinieron mis sobrinos y miramos esos dibujos inutiles y me acordé de vos con los girasoles!
La verdad que tuve paciencia aunque trate de evitar prestar atención a lo que decian los dibujitos.

Comentario al margen.

Toda una señorita usted, ya desde chiquita!
que lindo era tener sentimientos por los juguetes, ahora no se ve mucho eso!!

Buena tarde para ustedd!!!
besooo

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 15:42  

torta que se desconoce: Jajaja! Tuvo más paciencia que yo, claro. Yo me incendié!
Ay, no sé qué quiso decir con lo de "toda una señorita"...
O_.
¿No me explica?
Besos y buena tarde también para usted!

torta que se desconoce 16 de agosto de 2011, 15:52  

Yyyy...con siete años pudiendo aprovechar toda esa biblioteca, y que esté interesada en hacerlo?
Sumada a decir que el regalo era caro, como primer comentario!!??

Mi sobrina tiene siete años, y lee cuentos fantásticos nomas, Neruda?? pfff...lo que se está perdiendo.
(no la critico a mi niñita, la madre sabrá:P)

A eso me refiero con toda una señorita...
Ojalá los niños de ahora hicieran esas cosas...

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 16:04  

torta que se desconoce: Jajaja! Es que estaba medio obligada a pensar como si tuviera 20 vio?
Era muy madura de pequeña, pero no quería serlo, sinceramente.
Pero tuvo sus cosas buenas, Dickens por ejemplo (cómo me hizo llorar ese hijo de puta con David Copperfield!).
Gracias por la explicación!
Besos!

p.s. Mi sobri no lee ni el condorito.

Anónimo,  16 de agosto de 2011, 19:50  

Estos posts hacen que te quiera Bas. Y a tu familia que nunca voy a concoer también, ja.
Besos nena.

Gabriela Aguirre 16 de agosto de 2011, 23:38  

Manatee: Jajaja! Pensé que me querías de antes!!!
Supongo que te referís a los dos o tres elementos de mi familia que son bombones y que, obvio, ya no están...
Jajajaja! A esos ya no los vas a conocer sino a través de mío!
Besos, nena!

W. Von Dunajev 17 de agosto de 2011, 12:39  

Su papá ya es mi héroe!!! Su abuela también es divina pero ya sabemos cómo son las abuelas.Me encantó su iniciación a la literatura. Con respecto a esos bebotes, yo tenía una bebota peladita con chupete rosa y aritos a la que bauticé... con mi nombre, jajajajaja (narcisa yo?).
Y mi abuela le tejía ropita tb.
Besos.

Gabriela Aguirre 17 de agosto de 2011, 12:47  

Wanda: Eran. Ambos "eran".
Jajajaja!
Nahh... no todas las abuelas son divinas eh? la otra mía era flor de yegua. Pase por el blog del amigo Guillermo Altayrac y verá otro ejemplo de yeguez abueleril.
Mi padre no leía nada más que la Nippur, pero me trajo todos esos libros y creó un monstruo. Hay que decirlo.
¿Tu nombre le pusiste, egocéntrica?
Jajajajaja!
Besos!

W. Von Dunajev 17 de agosto de 2011, 13:01  

Ya sé que ambos "eran", pero para elogiarlos puedo hablar en presente por más que ellos ya no estén porque sus gestos aún permanecen en vos.
Y bueno, al menos no le puse Wanda jajaja.

Gabriela Aguirre 17 de agosto de 2011, 13:05  

Wanda: No le puso Wanda porque era muy pequeña, cuánto que si ya hubiera leído el libro se terminaba llamando Wanda?
Sus gestos permanecen, claro. Como los gestos de toda la gente que pasó por mi vida, los lindos y los no tan lindos.
Gracias por los elogios al viejo!
(a él nunca le dije "viejo", siempre le dije "papi" -sí, maricona y?- hablando de él podía decir "mi viejo" pero a él nunca)
Besos.

Guillermo Altayrac 18 de agosto de 2011, 23:19  

¡Qué lindo! Qué triste y qué tierno a la vez. Y tu historia me recuerda a la de alguien que amé mucho.
Te mando un abrazo.

Gabriela Aguirre 19 de agosto de 2011, 8:27  

Guillermo Altayrac: Abrazo para vos.

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