Punto medio

>> 24 jun 2012

Mi hermana tiene, en su casa, utensilios del tamaño de los que encontrarían perfectamente en la casa de Pulgarcito. Una sartén que sirve para freír media papa, cacerolitas que sirven para hacer media porción de lo que sea, tacitas para tomar dos o tres sorbos de cualquier cosa, un mate que es casi de juguete, platitos, fuentecitas, una pavita, un jarrito, una tablita de picar que debe medir quince por diez. Todo mini. Una porquería, digamos. Cocinar en casa de mi hermana es querer tirar todo por la ventana.
Mi madre, en cambio, es su némesis. Tiene una tabla de picar que es casi media mesada, unas tazas en las que luego de tomar el té una se puede bañar (no exagero, deben tener como 700 cc de capacidad cada una, ¿quién se toma casi un litro de leche, eh?), fuentes como para servir ravioles para veinte personas, una cacerola en la que, seguro, entro, cuencos enormes, cucharones como para hacer dormir a un bebé dentro, una sartén donde pueden freírse cuatro kilos de papas con comodidad... Demasiado, en un punto.
Yo soy el exacto punto medio entre ambas. 
Por eso siempre me cagan y terminan cocinando acá.

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