Cosas que pasan
>> 10 mar 2010
Hace un tiempo atrás pasé por una época de dolor. Dejé de existir durante meses, sí, ya sé, me pongo exagerada, ok, no dejé de existir, me sumí en una especie de idiotez vegetativa [ponele]; el tiempo en que no estaba trabajando, es decir, mi tiempo de disfrute, mi tiempo libre, lo pasaba sentada en un sillón, junto al ventanal, mirando la nada misma. No podía hacer otra cosa. Sólo me levantaba para alimentar a mis bichos.
Pero ese estado mental limítrofe con la catatonia fue una reacción defensiva, un parapeto contra la avalancha del dolor y cuando pasó descubrí que aquellos meses de insensibilidad habían servido sobre todo para aletargar y luego extirpar aquel espacio de mi conciencia donde se concentraba el dolor.
De un modo que no termino de entender me reconcilié con mis errores, con mis metidas de pata hasta la cintura. Algo me demostró que no estaba del todo insensibilizada, me obligó a admitir que dentro de mí había algo que se resistía a claudicar.
Entonces cuando recibo un mensaje como mínimo agresivo descubro, al principio con desconcierto y después con alivio, que ya no sólo no me duele, sino que hasta me causa gracia.
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Pero ese estado mental limítrofe con la catatonia fue una reacción defensiva, un parapeto contra la avalancha del dolor y cuando pasó descubrí que aquellos meses de insensibilidad habían servido sobre todo para aletargar y luego extirpar aquel espacio de mi conciencia donde se concentraba el dolor.
De un modo que no termino de entender me reconcilié con mis errores, con mis metidas de pata hasta la cintura. Algo me demostró que no estaba del todo insensibilizada, me obligó a admitir que dentro de mí había algo que se resistía a claudicar.
Entonces cuando recibo un mensaje como mínimo agresivo descubro, al principio con desconcierto y después con alivio, que ya no sólo no me duele, sino que hasta me causa gracia.