Emma fue un regalo de cumpleaños.
La verdad es que Lily y yo éramos felices solas, la verdad también es que muchas veces me pregunté si no hubiera sido mejor no aceptarla, pero no menos cierto es que la acepté porque era tan linda, tan alegre, tan cachorro juguetón que no pude resistirme a sus ojos.
Desde ese momento hasta hoy Emma rompió algo así como diez remeras, cuatro camperas, un juego de sábanas, la puerta de un mueble de madera, dos autos de mi sobrino, cuatro pelotas de fútbol, más de veinte de tenis, tres pares de pantuflas de Ben10, una alcancía de cerdito, una alfombra, una ventana, cuatro comederos, dos baldes, tres secadores de piso, cuatro escobillones, catorce cactus, tres correas, una silla, dos paquetes de cigarrillos, dos pares de zapatillas, seis libros, ocho potes de pintura para tela, dos pinceles, un toallón, el cable del kohinoor, una pecera de un metro veinte, dos pares de ojotas y seguro algunas cosas más de las que no llevo la cuenta. Además de eso corrió y tiró a mi sobrino más de cien veces, le robó la comida de la mano otras mismas veces, jugando mató a quince pollitos, dos gallinas y al loro del vecino.
Obviamente Emma es una perra feliz, a veces los que no somos tan felices somos los que compartimos la vida con ella, pero incluso con esa enorme lista de más arriba -que debe ser muchísimo más larga- nunca pensé seriamente en deshacerme de ella.
Mucha gente me lo sugirió, me dijo que por qué no buscaba un hogar en donde pudiera tener más espacio (¿para romper más? pregunté) o en donde estuviera más contenida y la respuesta siempre es la misma: ésta es su casa, nadie va a cuidarla mejor que yo, con nadie va a ser más feliz porque ella ya eligió, así como elegí yo, a su familia y su familia soy yo.
Es cierto que complica un pocos algunos planes, por ejemplo el plan de mudarme a capital. Simplemente no lo puedo hacer porque necesito un patio grande para ambas y no puedo pagar un alquiler de una casa con patio. Y entonces no lo haré hasta que pueda brindarles esa comodidad, Lily podría vivir tranquilamente en un departamento porque es lo más pancha que existe, pero Emma no, Emma necesita un patio, correr, perseguir las mariposas. Sería muy fácil para mi dejarla al cuidado de otra gente que la quiera -y hay- y seguir con mi vida, probablemente ella estaría bien, pero no sería responsable de mi parte y, como dijo el zorro, uno es responsable por lo que domestica.
Y no me siento menos altruista por esta decisión, de hecho dejarla me parecería facilista y cobarde, me parecería que apunta más a mi propia comodidad sin pensar en la de ella.
Emma es mi familia y es mi responsabilidad, cuando acepté tenerla acepté con eso todo lo que implicaba, incluso aunque me rompiera la mitad de la casa -que es más o menos lo que hizo-, incluso aunque tuviera que viajar dos horas de ida y dos de vuelta a mi trabajo.
El renunciamiento no es amor, eso lo dejo para las novelas de Andrea del Boca, yo prefiero hacerme cargo de mis elecciones -caninas, en este caso-.
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