Todas las horas
Bajo del micro después de viajar todas las horas. Me esperan con abrazos y sonrisas.
- ¿Y? ¿Llegaste? -me pregunta el chofer que aprovechó para vaciar su mate y que justo nos cruza.
- ¡Por dios! Me paraste el micro en cada conjunto de cuatro casa que nos cruzamos, ¿era muy necesario?
- Este para en todos lados, sí.
- Terrible. Ya no sabía qué hacer.
- Jajajaja!
- No te rías, pensé que en cualquier momento llegábamos a Calafate -la miro-. No sabés, se metía por callecitas de tierra cada dos por tres y yo decía "oh dioses". Tres casas había. Tres. Así: uno, dos, tres -cuento con los dedos-, y el micro paraba, ¡paraba me entendés!? ¡Y a veces ni eso había! ¡En el diome de la nada! Ruta, nada, nada, y un paspado que se bajaba a hacer no sé qué porque no había nada de nothing.
- Bueno, pero si vos vivieras en uno de esos pueblitos de cuatro casas querrías que pare... -acota ella.
- No sé. No creo. No importa porque no vivo ahí.
El chofer se ríe.
- ¿Cuándo te volvés?
- El lunes.
- No te tomes el de las nueve entonces.
- Jajajajaja! Gracias.
Ah, sí, cuando estoy nerviosa me pongo sociable.
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Maldad
- Che, vos venís seguro, seguro, no? -me pregunta.
- Sí, por?
- Nah, porque tengo un regalito.
- Ahhhh... decime qué es.
- No. Es sorpresa.
- Bueno, qué lindo, ahora decime.
- No, porque en ese mismo acto ¿sabés que dejaría de ser? A ver, repitamos todos:
- Sorpresa.
- Claro, muy bien.
- Bueno, pero una pista... (igual te advierto, soy la cagadora de sorpresas número dos del mundo).
- Entonces, sabiendo eso, no te doy ninguna pista.
- ¡Una!
- Bueno. Es algo para tu toc.
- ... ¿Cuál de todos? ¡Tengo muchos toc!
- Sep.
- ¬¬
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La maldad tiene cara de mujer. Y nombre. Y apellido impronunciable. He dicho.
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