¿Racional?
>> 9 ago 2010
- ... hay una conjunción, aunque no sé si es conjunción la palabra, entre la voluntad del querer y la voluntad del poder. Cuando estás enamorada no te ponés a pensar en si podés.
- Esa es una visión un tanto idealista del amor, Tal - interrumpo.
- Sí, puede ser.
- Yo no creo que sea así, creo que hay un momento de lucidez aunque se esté enamorada, en que una se plantea si puede con esa relación y decide en consecuencia.
- No, cuando estás enamorada no te planteás eso, sólo prima el querer y con eso es suficiente porque cuando te estaquea, te estaquea, Gabriela, es así... -piensa, hace silencio un rato y sigue- aunque puede ser que sea una visión naif.
- Lo es. Te olvidás de las cuestiones prácticas. Vos la podés amar con toda tu alma, pero la realidad se impone, Tal. No te podés hacer la boluda durante mucho tiempo, la realidad te aplasta y si no podés, por los motivos que fueran, no podés. Aunque te mueras de ganas.
- Pero hacés lo imposible porque querés...
- ¡Claro! Pero seguís no pudiendo..., por eso digo que hay un momento de lucidez que, a veces, elegimos no ver o no ver a tiempo..., pero lo hay. En donde vos te planteás qué tiene esa persona, qué te enamora, si pueden o no construir una relación y decidís.
- No, preguntale a cualquier enamorado cuáles son las cualidades que lo enamoraron de su pareja y lo primero que te va a contestar es "no sé"... si empezás a pensar las cualidades es que racionalizás y si racionalizás es que no estás enamorado.
- ¿Te comiste a Cortázar vos? -esto creo que lo pensé más que decirlo- Una sabe, definitivamente sabe, qué cosas son las que nos enamoran, qué cualidades, qué hechos, qué pequeños gestos, pero eso no significa que no sepa también si puede o no con lo que implica la relación. Yo sé que es así y sé que me enamoré como la puta madre y eso no me impidió tener un momento de reflexión y pensar si me bancaba o no la situación que imperaba. A veces decidí que sí y a veces decidí que no. Y cuando decidí que no no me dolió menos -y cuando decidí que sí no fue más fácil-.
- Puede ser... Lo que pasa es que la psicología nos cagó, estamos tan acostumbrados a sacar costo y beneficio... Yo suelo creer que cuando las cosas no se dan es porque no tenían que ser. En ese punto me pongo más hegeliana si se quiere. Las cosas son como deben ser y si no salen, es porque no debían...
- Ah, no, no me vengas con el discursito de "está todo escrito" porque es una mierda.
- No, lo que digo es que a veces no se dan las condiciones necesarias para que de la bellota te salga el roble, necesitás que la bellota sea bellota porque sino sería como pedirle peras al olmo ¿entendés? Una bellota no te va a dar un limonero, te va a dar un roble, si las condiciones están dadas.
- ¡Y es lo que digo! La realidad te aplasta. Las condiciones no siempre están dadas, no siempre todo es perfecto ni color de rosa ni nada de todo eso que pregona Abel Santa Cruz.
Y después de toda esta charla, recibo este mail:
La única posibilidad que yo encuentro es que el estado de enamoramiento sea tan violento que no te permita pensar, es decir, que sea intempestivo e irracional. Creo que uno de los mayores triunfos de los sistemas de disciplinamiento (la psicología sobre todo) es lograr un punto en que todos nuestros actos son racionalizados en términos de costos y beneficios. Hemos estado educándonos en esto de aprender a amar racionalmente, medidamente, de acuerdo a tratados internacionales que definen un estado de locura media para un enamoramiento sano. Claro, que este discurso es sólo posible de ser mantenido a costas del no-amor. Y mientras permanecemos en ese estado de no amor, de racionalidad absoluta, caemos en espiral mucho más abajo que las estructuras económicas del capital. De esta manera, terminamos mirándonos a nosotros mismos desde una lógica del: esto cuesta muchísimo, mejor no, mejor me voy. Pero el displacer también se encuentra en irse, vemos a la retirada como menos costosa que el quedarse.
El punto es que psicoanalizadas como estamos, en este punto, en donde todo es minimización de daños, la única cosa que puede salvarnos es una infección, una septicemia. Nada más. Porque en donde entrevemos el atisbo del enamoramiento, zaz, caen las calculadoras y los riesgos y todo lo demás. Pero si es por infección, si es una septicemia galopante en donde no podemos más que detenernos a contemplar todo, porque no hay nada por hacer, bueno, yo creo que ahí tenemos una oportunidad. Porque en el momento en que nos podamos sentar con el contador mental para sacar las cuentas, ya todo habrá pasado.
El punto es que no podemos escaparle a la lógica de la dualidad de la voluntad de poder con la voluntad de querer. Yo creo que en ese estado ambas se hacen una, aunque en la realidad práctica vayan por distintas sendas. Y aun más allá de eso, que la voluntad de poder se encuentre más asociada a las condiciones de posibilidades (emocionales, económicas, materiales, etc.) que a nuestra propia voluntad de poder. En realidad, la virulencia y la violencia de ese estado tiene que tener por condición anular la percepción de esas condiciones materiales y aunar la voluntad de poder con la voluntad de querer y ser incapaz de disociarlas.
No sé. ¿Vos que pensás?
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- Esa es una visión un tanto idealista del amor, Tal - interrumpo.
- Sí, puede ser.
- Yo no creo que sea así, creo que hay un momento de lucidez aunque se esté enamorada, en que una se plantea si puede con esa relación y decide en consecuencia.
- No, cuando estás enamorada no te planteás eso, sólo prima el querer y con eso es suficiente porque cuando te estaquea, te estaquea, Gabriela, es así... -piensa, hace silencio un rato y sigue- aunque puede ser que sea una visión naif.
- Lo es. Te olvidás de las cuestiones prácticas. Vos la podés amar con toda tu alma, pero la realidad se impone, Tal. No te podés hacer la boluda durante mucho tiempo, la realidad te aplasta y si no podés, por los motivos que fueran, no podés. Aunque te mueras de ganas.
- Pero hacés lo imposible porque querés...
- ¡Claro! Pero seguís no pudiendo..., por eso digo que hay un momento de lucidez que, a veces, elegimos no ver o no ver a tiempo..., pero lo hay. En donde vos te planteás qué tiene esa persona, qué te enamora, si pueden o no construir una relación y decidís.
- No, preguntale a cualquier enamorado cuáles son las cualidades que lo enamoraron de su pareja y lo primero que te va a contestar es "no sé"... si empezás a pensar las cualidades es que racionalizás y si racionalizás es que no estás enamorado.
- ¿Te comiste a Cortázar vos? -esto creo que lo pensé más que decirlo- Una sabe, definitivamente sabe, qué cosas son las que nos enamoran, qué cualidades, qué hechos, qué pequeños gestos, pero eso no significa que no sepa también si puede o no con lo que implica la relación. Yo sé que es así y sé que me enamoré como la puta madre y eso no me impidió tener un momento de reflexión y pensar si me bancaba o no la situación que imperaba. A veces decidí que sí y a veces decidí que no. Y cuando decidí que no no me dolió menos -y cuando decidí que sí no fue más fácil-.
- Puede ser... Lo que pasa es que la psicología nos cagó, estamos tan acostumbrados a sacar costo y beneficio... Yo suelo creer que cuando las cosas no se dan es porque no tenían que ser. En ese punto me pongo más hegeliana si se quiere. Las cosas son como deben ser y si no salen, es porque no debían...
- Ah, no, no me vengas con el discursito de "está todo escrito" porque es una mierda.
- No, lo que digo es que a veces no se dan las condiciones necesarias para que de la bellota te salga el roble, necesitás que la bellota sea bellota porque sino sería como pedirle peras al olmo ¿entendés? Una bellota no te va a dar un limonero, te va a dar un roble, si las condiciones están dadas.
- ¡Y es lo que digo! La realidad te aplasta. Las condiciones no siempre están dadas, no siempre todo es perfecto ni color de rosa ni nada de todo eso que pregona Abel Santa Cruz.
Y después de toda esta charla, recibo este mail:
La única posibilidad que yo encuentro es que el estado de enamoramiento sea tan violento que no te permita pensar, es decir, que sea intempestivo e irracional. Creo que uno de los mayores triunfos de los sistemas de disciplinamiento (la psicología sobre todo) es lograr un punto en que todos nuestros actos son racionalizados en términos de costos y beneficios. Hemos estado educándonos en esto de aprender a amar racionalmente, medidamente, de acuerdo a tratados internacionales que definen un estado de locura media para un enamoramiento sano. Claro, que este discurso es sólo posible de ser mantenido a costas del no-amor. Y mientras permanecemos en ese estado de no amor, de racionalidad absoluta, caemos en espiral mucho más abajo que las estructuras económicas del capital. De esta manera, terminamos mirándonos a nosotros mismos desde una lógica del: esto cuesta muchísimo, mejor no, mejor me voy. Pero el displacer también se encuentra en irse, vemos a la retirada como menos costosa que el quedarse.
El punto es que psicoanalizadas como estamos, en este punto, en donde todo es minimización de daños, la única cosa que puede salvarnos es una infección, una septicemia. Nada más. Porque en donde entrevemos el atisbo del enamoramiento, zaz, caen las calculadoras y los riesgos y todo lo demás. Pero si es por infección, si es una septicemia galopante en donde no podemos más que detenernos a contemplar todo, porque no hay nada por hacer, bueno, yo creo que ahí tenemos una oportunidad. Porque en el momento en que nos podamos sentar con el contador mental para sacar las cuentas, ya todo habrá pasado.
El punto es que no podemos escaparle a la lógica de la dualidad de la voluntad de poder con la voluntad de querer. Yo creo que en ese estado ambas se hacen una, aunque en la realidad práctica vayan por distintas sendas. Y aun más allá de eso, que la voluntad de poder se encuentre más asociada a las condiciones de posibilidades (emocionales, económicas, materiales, etc.) que a nuestra propia voluntad de poder. En realidad, la virulencia y la violencia de ese estado tiene que tener por condición anular la percepción de esas condiciones materiales y aunar la voluntad de poder con la voluntad de querer y ser incapaz de disociarlas.
No sé. ¿Vos que pensás?
Taliten, querida, tengo 34 años, soy demasiado mayor para creer en enamoramientos galopantes.