- ¿Seguís enojada? - dice la voz de mi psi por algún lugar detrás de mi cabeza.
- ¿Con ella? Nahhh... el enojo es más bien conmigo.
- ¿Y por qué?
- Porque yo vi esto. No puedo decir que no lo vi, lo vi, fui consciente y, a pesar de eso, seguí.
- ¿Y por qué?
- Andá a saber. Por idealista, ponele, o porque me creo que puedo con todo cuando, claramente, no puedo.
- Pero alguna vez te tiene que haber funcionado tu teoría de la omnipotencia, ¿recordás alguna vez que fuera así?
- Mmmm..., no sé. Ponele que cuando era chica era algo que el entorno valoraba.
- ¿Qué entorno?
- Alguna familia, los vecinos que eran mi refugio...
- Pero, ¿qué decían?, ¿a qué se referían?
- Y..., ponele "mirá Gabriela cómo se hace el desayuno sola a los siete", o, "Gabriela viaja sola en colectivo a los ocho años, se lava la ropa sola y hace sola los deberes, es una nena responsable"..., cosas así, pero lo que yo no decía y el entorno no veía es que no tenía opción, o me hacía el desayuno o no desayunaba, o me lavaba la ropa o tenía la ropa sucia, o hacía los deberes o iba al colegio sin la tarea hecha. No había una opción.
- ¿Y los adultos dónde estaban?
- Lo que pasa es que la madre de mi padre era evangelista y quería que yo fuera al culto/misa ese, y yo no quería, entonces pasaba a ser casi la reencarnación del anticristo y me castigaba de esa forma: no me levantaba para ir al colegio, no me lavaba la ropa, no me hacía el desayuno, ni el almuerzo ni nada. La cena sí porque estaba mi papá, para el resto yo comía en la casa de una vecina cuando no me daba mucha vergüenza hacerlo y, si podía, evitaba estar en mi casa, me buscaba actividades después del colegio.
- ¿Y vos no le decías esto a tu papá?
- No, porque tenía miedo. Porque mi madre me dijo como a mis ocho que él no era mi papá, entonces yo pensaba que si él se enteraba de este gran secreto me iba a abandonar. Me portaba re bien cuando era chica, un bombón de nena, decía a todo que sí, hacía la tarea y me sacaba sólo dieces, pero por miedo, tenía un miedo atroz.
- Bueno, pero ya no es así. Y no hablás de esto nunca. Vos te formaste de esa manera desde la carencia, era una manera de sobrevivir, ya no es así, ahora tenés otros recursos. ¿O buscás aprobación del entorno?
- Por ahí la busco de mí misma.
- ¿En qué sentido?
- En el sentido en que no pido ayuda porque considero que es más valioso si lo resuelvo sola. Si no lo resuelvo sola, entonces... no es tan valioso.
- Sí, pero desde la omnipotencia, desde el "poder con todo" lo que no estás pudiendo hacer es discernir qué cosas hacer y qué cosas no: con esto sí, con esto no, esto me gusta, de esto paso porque me hace mal. Eso es poder, poder discernir. En tu "lo puedo todo" lo que podés es "aguantarte todo, callarte todo, acompañar todo", calladita, eso sí. Esta vez te cuidaste un poco más, pero podrías haber hablado, podrías haber dicho lo que veías, que todo era una vorágine, que no procesaba un carajo...
- Dijiste "carajo"... ¡Te lo dije a vos!
- ¡No es suficiente!
- Bueeeeenoooo..., no me grites que lloro, eh? Ya sé, pero pensé que podía, que, de alguna manera y por esta mierda que nos han inculcado desde Shakespeare hasta Neruda, con el amor era suficiente, pero no, no era.
- Ya ves que no. Vamos a volver sobre lo que contaste cuando eras chica porque vos no hablás nunca de eso.
- Ay, ¿en serio? ¿es necesario?
- Sí.
- Puta madre.
Y ahora cagué. Me agarra con la infancia otra vez y hasta dentro de diez años más no me suelta.
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