Lily
>> 10 nov 2010
Lily y yo nos encontramos cuando ella se llamaba Bianca y tenía cuatro años. Esto fue hace casi dos años.
La encontraron en una villa en Quilmes, desnutrida, con sarna y cinco generaciones de pulgas y garrapatas. Una señora muy amable -pero poco original para el nombre- la llevó a su casa, la alimentó y la cuidó.
Yo recién me mudaba, tenía una casa con patio por primera vez y mucha inseguridad, quería un perro que metiera miedo a los posibles señores cacos. Y yo no sé si ustedes saben, pero hay toda una organización de gente que ama a los animales que se ocupan de encontrarles un hogar, en cuanto mandé mail diciendo que necesitaba un perro adulto y para guardia les costó menos de media hora encontrarme al indicado.
Primero fue una rott preciosa y más buena que el pan, ni bien me avisaron le puse nombre: Bellatrix Lestrange, no había mejor nombre para mi rott. Nos conocimos, nos caímos bien y listo, todo arreglado, pero resulta que en la semana en que tenía que pasar a buscarla quien la tenía a su cuidado se arrepintió y decidió quedársela así que me buscaron otra rápidamente. Si alguien cree en el destino dirá que fue el destino quien me puso a Lily delante.
La fui a conocer a Quilmes, nos vimos y sonaron violines: amor a primera vista. Me la traje ese mismo día, no sea cosa que se arrepientan, y en el viaje busqué otro nombre, Bellatrix no le iba con esos ojos de cordero degollado y fue Lily Evans, como la mamá de Potter.
Llegó, olió todo, se quedó mirando al gato largo rato, lo corrió, la reté, metió la cola entre las patas y se fue a acostar al lado de la cama. A partir de ese momento cada vez que la retaba hacía lo mismo: cola entre las patas y la cabeza abajo de la cama (supongo que porque todo el cuerpo no le entraba).
Lily no juega, no persigue la pelota, no te salta cuando llegás. Es una perra seria. Me sacó de lugares horribles. Tuve noches en que las pesadillas me azotaban y Lily siempre estaba con su cabeza apoyada en la cama y los ojos bien abiertos todas las veces en que me desperté llorando. Tuve momentos de angustia y Lily se sentaba a mi lado; no hacía nada, no ladraba, no me ponía un pata encima ni siquiera me miraba, sólo se sentaba al lado y así nos quedábamos largas horas mirando la nada misma. Una vez en que no quise levantarme de la cama después de una noche particularmente mala, ella vino, agarró con sus dientes un extremo del acolchado y se lo llevó hacia el final de la cama destapándome entera, la miré, me miró, me levanté a darle de comer.
Nunca deja de recibirme moviendo la cola y ladrando... bueno, Lily no ladra, pero hace un sonido que se parece mucho a un "auauuuuauauuuoouuuu". Decía, nunca deja de recibirme moviendo la cola y haciendo el ruido ese, incluso un día como ayer, que hacía una semana que no la veía. No hay reproche en sus ojos, sólo amor, puro amor, ya dije una vez que nadie nunca me miró con tanto amor.
Al lado de su cucha hay un tronquito en el que me siento a veces, entonces ella se acerca y se acuesta al lado, no me pide que la acaricie, ni se acuesta arriba de mis pies, ni nada de eso, sólo se acuesta cerca, o se sienta al lado mirando el mismo punto fijo que yo. Entonces yo le hago unos mimos, más para mi que para ella. Me mira, nos miramos a los ojos un segundo, da vuelta la cabeza y sigue mirando el punto fijo en común.
Ayer llegué, dejé mis cosas en la casa y fui a verla con un hueso enorme de regalo por tanta ausencia. Me senté en el tronquito con la espalda apoyada en su cucha y el hueso en la mano, se acercó, le hice unos mimos, le di el hueso, lo agarró con la suavidad de siempre, lo dejó en el piso, apoyó su cabeza en mis piernas y dio un largo y sonoro suspiro. La abracé por el cuello, le di un beso en las orejas, levantó la cabeza y me zampó otro en la nariz, después se sentó, como siempre, al lado, pecho inflado, cabeza en alto, mirando un punto a lo lejos.
Esa es mi Lily, mi hermosa dogo que le tiene miedo a las arañas. Nunca sentí como ayer su cercanía, su habitar tan hondo en mi.
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