Estoy leyendo City de Baricco (exactamente el de la foto), me encuentro con este maravilloso fragmento y se me encienden unas luces:
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Portada de City |
"Generalmente, el porch, o "veranda", está situado en la pared frontal de la casa. Está constituido por un tejado de la profundidad variable -pero suele ser superior a los cuatro metros- que se apoya sobre una serie de montantes y recubre una tarima cuya elevación respecto del suelo oscila normalmente entre los veinte centímetros y el metro y medio. Una barandilla y los necesarios escalones de acceso completan su diseño. Desde un punto de vista puramente arquitectónico, el porche representa un desarrollo bastante elemental de la idea clásica de fachada, expresión de una pobreza pudiente, y de un lujo rudimentario, primitivo. Desde un punto de vista psicológico, y aun moral, se trata en cambio de un fenómeno que me saca de mis casillas y que resulta, tras un atento análisis, conmovedor, pero repugnante a la vez y, en definitiva, epifánico. Del griego epipháneia, revelación.
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La anomalía del porch -continuó el profesor Bandini- es evidentemente la de ser, al mismo tiempo, un lugar interior y un lugar exterior. En cierto modo, representa un umbral prolongado, en el que la casa ya no lo es y, no obstante, no se ha extinguido ante la amenaza de lo exterior. Es una zona franca en la que la idea del lugar protegido, que toda la casa testimonia y realiza, se asoma más allá de su propia definición, y se propugna, casi indefensa, como póstuma resistencia a las pretensiones de lo abierto. En este sentido, pudiera parecer espacio débil por excelencia, mundo en precario equilibrio, idea de exilio. Y no hay que descartar que sea esta identidad débil suya la que provoque su fascinación, dada la inclinación del hombre a amar los lugares que parecen encarnar su propia precariedad, su propia condición de criatura a la intemperie, y de confín.
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Resulta curioso, por otra parte -prosiguió el profesor Bandini- cómo este estatuto de "espacio débil" se disuelve en cuando el porch deja de ser inanimado objeto arquitectónico y es habitado por el hombre. En un porche, el hombre medio permanece de espaldas a la casa, sentado, y, por regla general, sentado sobre una silla provista del mecanismo pertinente que permite el balanceo. A menudo, completando el cuadro en su más deslumbrante exactitud, el hombre tiene en su regazo un rifle cargado. Y, siempre, mira hacia adelante. Si ahora regresáis a esa imágen de precariedad que era el porch entendido como simple objeto arquitectónico, y la enriquecéis con la presencia de ese hombre - de espaldas a la casa, balanceándose en su mecedora, con un rifle cargado en su regazo-, esa imágen virará sensiblemente hacia un sentido de fuerza, seguridad, determinación. Podría decirse incluso que ese porche deja de ser un frágil eco de la casa sobre la que se apoya, y se convierte en la prueba final de lo que la casa apenas insinúa: sensación definitiva de lugar protegido, solución al teorema que la casa se limitaba a enunciar.
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En definitiva -prosiguió el profesor Bandini- ese hombre y ese porch unidos constituyen un icono laico, y sin embargo sagrado, en el que se celebra el derecho humano a la posesión de un lugar propio, hurtado al ser indiferenciado de lo que meramente existe. Es más: ese icono celebra la pretensión humana de su capacidad de defender ese lugar, con las armas de una metódica cobardía (el balanceo de la mecedora) o de una pertrechada valentía (el rifle cargado). Toda la condición humana se resume en esa imágen. Porque exactamente ésta parece ser la dislocación del destino humano: estar frente al mundo, teniéndose a sí mismo a sus espaldas.
Era algo en lo que el profesor Bandini creía, al margen de toda consideración académica. (...) Pensaba, de verdad, que los hombres están el porche de su propia vida (exiliados por tanto de sí mismos) y que éste es el único modo posible, para ellos, de defender su vida ante el mundo, ya que bastaría con que se atrevieran a entrar en su casa (y a ser ellos mismos, en consecuencia) para que inmediatamente esa casa sufriera una regresión hasta ser frágil refugio en el mar de la nada, destinada a ser barrida por el oleaje de lo Abierto, y el refugio se convertiría en trampa mortal, motivo por el cual la gente se apresura a salir de nuevo al porche (y por tanto, de sí misma), recuperando la única posición que le permite detener la invasión del mundo, salvando por lo menos la idea de una casa propia, aunque sea desde la resignación de saber que esa casa es inhabitable. Tenemos casas, pensaba, pero somos porches. Miraba a los hombres y en sus conmovedoras mentiras escuchaba el crujir de la mecedora sobre las impolutas tablas del porche; y, para él, era ridículos rifles cargados los arrebatos del orgullo y de penosa autoafirmación en que veía, en los demás y en sí mismo, esconderse la sentencia de un exilio perenne. Pensándolo bien, era una historia tristísima, aunque, en el fondo, conmovedora porque, al final, el profesor Bandini acababa sintiendo cariño hacia sí mismo y hacia la gente, y compasión hacia todos los porches que lo rodeaban
había algo infinitamente digno en ese demorarse eterno frente al umbral de la casa, un paso por delante de sí mismos
esas noches en que se levantaba el feroz viento de la verdad, y a la mañana siguiente estás obligado a reparar el tejado de tus mentiras, con paciencia inoxidable, pero cuando regrese mi amor todo estará de nuevo arreglado, miraremos el crepúsculo bebiendo agua coloreada
o, cuando alguien, agotado, te pedía que te sentaras delante de él y te abría su mente, sacándolo todo, todo de verdad, incluso entonces lo que comprendías es que estabais sentados en su porche, pero no te había invitado a entrar en su casa, en su casa él ya no entraba desde hacía años, y ésta era la paradójica razón por la que estaba agotado, allí, frente a ti
esas tardes en que el aire es frío y el mundo parece haberse aposentado, de repente te sientes cómico, allí, en esa veranda haciendo guardia contra ningún enemigo, y es un cansancio que te reconcome, y la humillación de sentirte tan inútilmente ridículo, al final te levantas y entras en la casa, tras años de mentiras, de simulacros, entras en la casa, tras años de mentiras, de simulacros, entras en la casa sabiendo que tal vez ni siquiera serás capaz de orientarte allí dentro, como si fuera la casa de otro y sin embargo era la tuya, todavía lo es, abres la puerta y entras, curiosa felicidad que ya no recordabas, tu casa, Dios, qué maravilla, qué regazo, esta tibieza, la paz, yo mismo, al final, nunca más saldré de aquí, dejo el rifle en una esquina y aprendo de nuevo la forma de los objetos y las figuras del espacio, me habitúo otra vez a la geografía olvidada de la verdad, aprenderé a moverme sin romper nada, cuando alguien llame a la puerta, la abriré, cuando llegue el verano abriré las ventanas de par en par, estaré en esta casa hasta el fin, PERO
PERO si esperas, y miras desde afuera esa casa, puede que pase una hora o todo un día, PERO al final verás abrirse la puerta, sin saber ni poder comprender, nunca, qué puede haber pasado ahí dentro, verás abrirse la puerta y salir lentamente a ese hombre, invisiblemente empujado por algo que nunca podrás saber, PERO seguro que tiene algo que ver con algún miedo vertiginoso, o incapacidad, o condena, tan despiadada que empuja a ese hombre hacia fuera, a su porche, rifle en mano, adoro
adoro ese instante -decía el profesor Bandini- el instante preciso en que de nuevo da un paso, con el rifle en la mano, mira al mundo que tiene enfrente, siente el aire punzante sobre él, se levanta el cuello de la chaqueta y, después -qué maravilla- vuelve a sentarse en su silla y recostando la espalda la pone de nuevo en movimiento, suave balanceo que se había adormecido, protectora oscilación de la mentira, ahora acuna nuevamente la serenidad reencontrada, la paz de los cobardes, la única que nos espera, pasa la gente y saluda, Eh, Jack, ¿dónde estabas? Nada, nada, ya estoy aquí de nuevo, Cojonudo, Jack, una mano acaricia la culata del rifle, mira a los lejos, entrecerrando los ojos, cuánta luz, mundo, cuánta luz necesitas, a mí me bastaba con una llama minúscula ahí dentro, cuándo, no recuerdo cuándo, PERO era un sitio al que dije adiós, y luego nada más, no volverá a hablar del tema nunca más, balanceándose para siempre en su porche de madera y barniz
si te paras a pensar en ello, piensa en las casas vacías, a centenares, detrás de las caras de la gente, a espaldas de cada porche, millares de casas perfectamente ordenadas, y vacías, piensa en el aire, en su interior, los colores, los objetos, la luz cambiante, todo lo que ocurre para nadie, lugares huérfanos, cuando podrían ser LOS LUGARES, los únicos verdaderos, pero ese curioso urbanismo del destino los ha concebido como los agujeros de la ciencia, si piensas en eso, qué misterio, qué ha sido de ellos, de los lugares verdaderos, de mi lugar verdadero, dónde he ido YO a parar mientras estaba aquí defendiéndome, ¿nunca se te ha ocurrido preguntártelo?, ¿quién sabe cómo estoy YO?, mientras estás balanceándote ahí, reparando trozos de tejado, sacando brillo a tu rifle, saludando a los que pasan, de repente, te viene a la cabeza esa pregunta, ¿quién sabe cómo estoy YO?, sólo quisiera saber eso, ¿cómo estoy YO? ¿Alguien sabe si estoy bien, o viejo, alguien sabe si estoy VIVO?"
Y entonces pienso, vos entraste, estás dentro de la casa, estás reecontrándote con el interior, con el tuyo. Yo entré, entré hace un tiempo, pero volví a salir: soy un porche.
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