En medio de Spinoza

>> 24 jun 2012

Estoy leyendo esto. Una enormidad de libro.

Fragmento del prólogo a la primera edición: "Sin duda fue Althusser quien lo puso en la frontera de una época. La frontera que señalaba su propia obra. La señalaba porque reunía los elementos propios de una época y los hacía tender hacia un extremo que no soportaba la tensión. Una crisis bien entendida es precisamente esto. No una decadencia de los caracteres que definen un momento, sino una tendencia de esos mismos elementos a hacer estallar los límites del conjunto que los contiene."

Contratapa:
¿Cómo conciliar que haya un lectura y una comprensión analfabeta de Spinoza con el hecho de que sea uno de los filósofos que constituye el aparato de conceptos más minucioso del mundo? Deleuze nos acompaña en esa doble lectura. Por un lado, una lectura minuciosa de las fuentes y una distinción rigurosa de los conceptos, una investigación sobre las condiciones del pensamiento del siglo XVII. Pero Deleuze no se cansa de decir una y otra vez que nada de eso tiene sentido si no se pone el nivel en lo que ponía Spinoza: la vida. ¿Por qué Spinoza llama "ética" a su ontología? Con esa pregunta Deleuze se obliga a permanecer en un plano en el que la filosofía hace uno con los problemas de existencia y las maneras de vivir.
Porque le permite eso, Deleuze ama a Spinoza. Se nota. Está contento, entusiasmado, alegre. Y lo ama tanto que lo hace de un modo spinozista. Compone una armonía en la que ya no se distinguen los dos filósofos.
Así, desde las pequeñas percepciones infinitesimales que nos constituyen, pasando por los vicios, la sexualidad, las enfermedades, las relaciones de pareja, hasta la cuestión de la tiranía y el cultivo social de la tristeza, En medio de Spinoza hace de la filosofía una atmósfera práctica para habitar la posmodernidad.

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Punto medio

Mi hermana tiene, en su casa, utensilios del tamaño de los que encontrarían perfectamente en la casa de Pulgarcito. Una sartén que sirve para freír media papa, cacerolitas que sirven para hacer media porción de lo que sea, tacitas para tomar dos o tres sorbos de cualquier cosa, un mate que es casi de juguete, platitos, fuentecitas, una pavita, un jarrito, una tablita de picar que debe medir quince por diez. Todo mini. Una porquería, digamos. Cocinar en casa de mi hermana es querer tirar todo por la ventana.
Mi madre, en cambio, es su némesis. Tiene una tabla de picar que es casi media mesada, unas tazas en las que luego de tomar el té una se puede bañar (no exagero, deben tener como 700 cc de capacidad cada una, ¿quién se toma casi un litro de leche, eh?), fuentes como para servir ravioles para veinte personas, una cacerola en la que, seguro, entro, cuencos enormes, cucharones como para hacer dormir a un bebé dentro, una sartén donde pueden freírse cuatro kilos de papas con comodidad... Demasiado, en un punto.
Yo soy el exacto punto medio entre ambas. 
Por eso siempre me cagan y terminan cocinando acá.

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