De la travesía del 24
>> 27 dic 2012
Salgo de mi casa a la 18:20. Me tomo un colectivo hasta la estación de José C. Paz y espero el 182. Llego a la parada a las 18:45.
19:45 y el 182 aún no vino. Ok, el plan A no funca, probemos el plan B.
Me tomo el 176 hasta San Miguel (y me llevo a otra pasajera que había esperado tanto el 182 como yo), presta a tomarme el 163. Son las 20:30 cuando llego a San Miguel.
A las 20:55 pasa uno que nos avisa que ya no van a venir otros que lleguen hasta Ramos Mejía. Ok, el plan B tampoco funciona, vamos con el plan C.
Me tomo el tren de la línea San Martín hasta la estación El Palomar, siempre acompañada por mi coequiper temporario que no conoce nada de nada, de ahí pienso que puedo tomarme el 323 (o algo así, más que el número conozco el color). Llego a las 21:40 a la parada, hay más gente esperando y nos avisan que esperan desde hace más de 40 minutos. Ok, el plan C tampoco funciona, vamos con el D.
Pregunto por agencias de remis por la zona, me señalan cinco en un radio de diez o doce cuadras, las recorro todas y todas están cerradas. Ya me veo durmiendo en la estación de El Palomar un 24 de diciembre. Llamar a mi madre para que me venga a buscar es gastar pólvora en chimangos, sé lo que va a decir "bueno, fijate lo que hacés". Calculo que si camino hasta Ramos y de ahí hasta Liniers, primero voy a tardar dos mil años, segundo no aseguro mi llegada sana y salva.
Mi coequiper llama a sus parientes que, gracias a pikachu, la vienen a buscar y, parece, me van a acercar hasta Ramos. Todavía tengo que llegar a Liniers, pero al menos estoy a 100 cuadras nomás, eso lo puedo caminar incluso con estos tacos.
El espíritu navideño se apiadó de mi y el señor desconocido pariente de mi coequiper también desconocida, me lleva hasta la puerta exacta de la casa de Gabito. Llego a las 22:50. Muerta de cansancio, de calor, malhumorada y con ganas de irme a dormir.
Pero Gabito me esperaba con helado de limón y un lindo Barón B, así que no pude resistir la tentación.
Navidad con mi amiga. Brindis, charla, risa. Siempre vale la pena recorrerse el noroeste conurbano para encontrar eso.
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