Gente. Mucha. Mujeres casi todas. Edad promedio 24. No es mi rango etario, pero ya estoy acá así que a ver qué nos depara la noche.
Música alta. Demasiado para mi gusto. Tengo gustos raros, sí, la música alta me gusta cuando puedo cantar. Supongo que la prefiero a ese volumen para que nadie -ni yo- escuche mis alaridos, sin embargo, de vez en cuando, apoyo la mano contra mi oído en señal de "¿estoy medianamente afinada?" y sigo. Esto sucede mayormente en mi casa o en algún lugar en donde me sienta muy cómoda. Cuestión de soberbia nomás. Como el hecho de no bailar. Sé que tengo la flexibilidad de pinocho antes de que dijera "¡soy un niño de verdad!", así que ni estando sola bailo. Me doy vergüenza. Eso también es soberbia. En este lugar, puntualmente, ni canto ni bailo, me dedico a pasear por ahí y a fumarme un cigarrillo tras otro.
La que me habla ahora no tiene 24, baila y canta canciones que no conozco y cuyo ritmo es el mismo en todas (un "punchi-punchi-punchi" continuo). Me gusta. Tiene puesta una campera de cuero negra y una mezcla entre pantalón y calzas que no entiendo cómo logró ponerse. Lo que no entiendo es cómo las mujeres se ponen esa ropa que debe resultar terriblemente incómoda para gustar. Bueno, me gusta, no sé si por lo que lleva puesto, pero digamos que acertó. Habla con otra gente también. No tiene miedos o vergüenzas en el contacto, se la nota cómoda en este lugar tan raro para mí. Prendo el cigarrillo número mil y creo que prefiero quedarme mirando cómo habla, se mueve, canta..., pero entiendo que es inútil intentar un contacto más cercano que esta charla fútil, sus ojos se desplazan hacia una mujer que se acerca y a quien conoce. Este nuevo elemento la monopoliza.
Sigo paseando. Más allá me encuentro con dos mujeres que podrían ser mis madres, ¿qué digo mis madres? ¡mis abuelas! Bailan en un grupo de gente muy joven. Me pregunto si a esa edad voy a estar en el mismo sitio y haciendo las mismas cosas. Me respondo que no. Las señoras bailan música de dos generaciones atrás como si con ese hecho pudieran sacarme la imagen de ellas tejiendo a crochet con los anteojos (cordoncito de mostacillas incluido) resbalando por el puente de la nariz.
Más allá hay un desfile. Hermosas todas. Edad promedio, no sé, ¿doce? Me digo que basta por esta noche, que como experiencia ya fue y me dispongo a huir. La chica de la campera de cuero me saluda, tengo su mail, veremos qué pasa si pasa.
Peón 4 Dama.
Aviso al público presente: Este es un relato absolutamente ficcional basado en un hecho real, tamos?
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