Porque cuando me pongo obse, me pongo obse. Es así, no hay con qué darle. Les copio el primer capítulo de "La política de los papas en el siglo XX" de Karlheinz Deschner.
"El mísero Hijo del Hombre no tenía donde reclinar su cabeza. Desposeído entre los desposeídos, pasó por el mundo como amigo de parias y desheredados, de publícanos y pecadores. Combatió contra el "injusto Mammón" y prorrumpía en imprecaciones contra los adinerados y los ahitos. Llamó loco a quien se jactase de sus tesoros. Enseñaba, incluso, que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que el que un rico entrara en el reino de los Cielos.
Hoy, su "Vicario" vive en el lujoso palacio papal, viaja en papa-móvil y papa-jumbo, cercado de guardasespaldas, reporteros y notabilidades. En pos suya va, sin embargo, una historia milenaria llena de incontables granujerías: desde la pequeña patraña de los milagros y las reliquias, tales como los numerosos prepucios de Jesús, los aún más numerosos dientes del Señor ("tan sólo en Francia hay más de 300", según Alonso de Valdés), la leche de la Madre de Dios y las plumas del Espíritu Santo, hasta la Donatio Constantini, la más monstruosa de las falsificaciones de todos los tiempos.
En pos suya va también una explotación colosal que hizo del obispo de Roma, ya en el s.V, el más grande de los terratenientes del Imperio Romano y convirtió a la Iglesia medieval en propietaria de un tercio de todas las tierras europeas. Le sigue asimismo la aniquilación del paganismo, las hogueras de la inquisición, la masacre de millones de indios y negros, los pogroms que condujeron directamente a las cámaras de gas hitlerianas, que ni tan siquiera son originales pues ya en el s.XVII el obispado de Bresiau había instalado hornos crematorios para brujar: no siempre estuvieron contra el progreso.
Tras de él va también -y no en último lugar- una ininterrumpida cadena de guerras atroces, de cruzadas, -a las que Urbano II, con una visión cabal de la situación, convocaba también a los forajidos-, de guerras de religión, guerras civiles y toda clase de contiendas y batallas, con papas guarnecidos de casco, cota de malla y espada, tomando parte activa en ellas. Papas con caja de guerra propia, ejército propio, marina propia y fábrica de armas propia.
León X, un santo, salió en campaña contra los normandos cristianos. Gregorio IX, contra el emperador Federico II, que regresaba a su corte tras una cruzada victoriosa. Urbano VI, que hizo torturar y matar bestialmente a algunos cardenales, luchó en la guerra de sucesion siciliana. Pío V y Sixto V libraron imponentes batallas navales contra turcos y británicos. El primero, un inquisidor, continuó decapitando y quemando siendo ya papa e hizo estrangular al satírico Franco por unos versos relativos al nuevo retrete del Vaticano. Fue canonizado. Sixto V decretó la pena de muerte para casos de homosexualidad, incesto, celestinaje, aborto y adulterio. Julio II "il terribile", hecho cardenal gracias a un tío papal, y papa, gracias al dinero, tenía tres hijas y no hubo año de su pontificado que no condujese una guerra. Pablo IV, un sádico que trataba a los cardenales a bastonazos, dados de mano propia, y que dio de patadas al prefecto de Roma, avivó vigorosamente las hogueras, encerró a los judíos en ghettos, obligándoles a llevar gorros amarillos y mandó quemar públicamente a 25 de ellos, incluida una mujer. Fue él quien estableció el índice de libros prohibidos, exponiéndose -ya entonces- al ridículo, y a mediados del s.XVI vio su brazo "hundido hasta el codo en sangre". "Sucumben aquí las víctimas, no corderos ni toros, son, algo inaudito, víctimas humanas" (Goethe).
Y todos ellos rapiñaban todo lo rapiñable: castillos y palacios; ciudades y ducados enteros. Robaban todo lo robable: en el s.IV, el patrimonio de los templos; en el s.VI, el patrimonio de los paganos en general. Después la hacienda de millones de judíos expulsados o asesinados; de millones de "herejes" o "brujas" carbonizadas. También exprimía a la propia grey elevando a cada paso los impuestos o creando otros nuevos (tan sólo Urbano VIII ideó nada menos que 10). Mediante arriendos, préstamos a interés (¡prohibidos por el Antiguo y el Nuevo Testamento, así como por los Padres de la Iglesia!). Mediante la esclavitud (que, impuesta como castigo, conoció bajo la Iglesia una nueva expansión, siendo la Roma papal la que la mantuvo en vigor por más tiempo). Mediante bulas, tasas, extorsiones y falsos milagros, dándose a menudo el caso de que Roma recaudaba más dinero amenazando con la excomunión, el interdicto o la espada. El pueblo italiano fue el más expoliado de todos y Roma misma se convirtió en la ciudad más levantisca y mísera de todas las europeas. El número de sus habitantes descendió de unos 2 millones, en la época pagana, a 20.000 escasos, en el s.XIV. Las hambrunas y revueltas, el despotismo y el nepotismo no hallaban nunca fin. En 1585, primer año del papado de Sixto V, "el papa de hierro", cuyo nombre servía para aterrorizar a los niños, se decía en Roma que habían rodado más cabezas que melones acarreados al mercado.
La Revolución Francesa, saludada por Kant con lágrimas de alegría, no mereció por parte de Pío VI, un conde Braschi, sibarita del boato y la pompa, otra respuesta que la de las rigurosas medidas de excepción y la de acciones policiales. Su papado se inicia con un "Editto sopra gli Ebrei", que recordaba los peores tiempos de los pogroms antijudíos de los papas, pues condujo al bautismo forzoso y al encarcelamiento, incluido el de muchos niños. En su breve "Quod aliquantum" condenaba los derechos humanos, la libertad de pensamiento y la libertad de expresión hablada o escrita como "monstruosidades" y enseñaba así: "¿Es posible concebir mayor desatino que el de decretar semejante libertad para todos?". "...¿Una Italia libre!" -exclamaba Byron en 1821- "Desde los tiempos de Augusto no había habido nada semejante".
Pío VII (1800-1823), conde de Chiaramonti, que en 1809 excomulgó a Napoleón, inauguró en 1814, tras regresar de su cautiverio en Francia, un período de tenebrosa reacción. El papa, que tildaba de "canallas y estafadores" a los jefes de la revolución, restableció los antiguos derechos feudales, numerosos tribunales clericales y tribunales de excepción, dando pie a una oleada de denuncias y sentencias terroríficas: apenas iniciado el año de 1815, ya había 737 acusaciones por "herejía".
Bajo en conde della Genga, León XII como papa, (1823-1829) la Inquisición conoció un nuevo florecimiento y el sistema de soplones y denunciantes causó estragos. Los judíos, que padecieron uno tras otro decreto a cual más odioso, retornaron al ghetto. Sin consideración alguna ante las cifras de una mortalidad creciente, el papa prohibió la vacuna contra la viruela, por "atea", ya que mezcla la pus de un animal con la sangre humana. Su legado cardenalicio, Agostino Rivarola, combatía con el encarcelamiento y la ejecución cualquier tentativa en pos de la libertad. En la Romana -todo ello sin un proceso judicial normal y sin asistencia de público- llevó en tan sólo tres meses, a 508 acusados al cadalso, a largas penas de presidio, al destierro o a estricta vigilancia policial. Cuando León XII, a quien todos, "desde el príncipe al mendigo" (Ranke), odiaban, murió poco antes de la noche del martes de carnaval, los romanos dijeron con escarnio: "Tres males nos ha causado el Santo Padre: el haberse coronado, el haber vivido tanto tiempo y el habernos estropeado el carnaval con su muerte".
Gregorio XVI (1831-1846) debió en buena medida su papado al archirreaccionario Príncipe de Metternicht, cuyo gobierno se apoyaba en la censura y el terror policial. En 1831, cuando la revolución estalló en el Estado de la Iglesia, obligó a la propia soldadesca a luchar contra sus compatriotas, llamando además en su ayuda, y en varias ocasiones, al ejército austríaco. Fue únicamente éste quien salvó al Estado de la Iglesia. Y si las cancillerías de Viena y Roma colaboraban estrechamente contra los italianos, también lo hacían las policías secretas autríaca y papal. Incluso años después, Gregorio XVI decía a Von Bunsen, el legado prusiano: "Si ellos (los súbditos) no quieren obedecer a los sacerdotes, les echaremos al cuello los austríacos".
Cuando su secretario de estado, Bernetti, que parece haber pensado en la posibilidad de ser testigo final del poder temporal de los papas, tuvo que ceder su puesto -por intrigas de Metternicht- al cardenal Lambruschini, la presión se endureció aún más. Hasta los nuevos conocimientos y los congresos científicos, la luz de gas, los ferrocarriles y los puentes colgantes eran reputados por el Estado Pontificio, donde la corrupción y la prevaricación hacían estragos, como expresión de rebeldía: el simple hecho de comer carne los viernes conllevaba la cárcel. Las prisiones se llenaban y los tribunales de guerra papales causaban una implacable desolación por puras nimiedades. La menor iniciativa en pro de la libertad era sofocada brutalmente y menudeaban las sentencias de muerte, si bien es cierto que muchas veces no se aplicaban. También lo es que una condena no era ya considerada como algo afrentoso sino como un honor.
Aquel papado se vio ya inaugurado por un digno documento literario, la encíclica "Mirari nos", del 15 de agosto de 1832. El papa Gregorio percibía en ella, procedente de todos los confines, el horrible eco de nuevas e inauditas opiniones, enfrentadas abierta e inicuamente a la Iglesia Católica. Y a la par que alaba la censura, por su gran utilidad, y al índice de libros prohibidos, por sus salutíferos efectos, condena "la sucia fuente del indiferentismo", "aquella doctrina absurda y descarriada", "el desvarío de la universal libertad de conciencia", "aquella inútil libertad de opinión que se extiende ampliamente para perdición de la Iglesia y del Estado", "también aquella desvergonzada libertad de prensa, de la que nunca se abominará bastante y que algunos osan fomentar...".
El católico H.Kühner califica la encíclica papal de Gregorio XVI como "una de las manifestaciones más retrógradas del papado en sí, la primera declaración de guerra del magisterio papal al s.XIX, a la libertad, confundida irreflexivamente con la revolución y la rebelión".
Pero mutatis mutandis, ese fue siempre el parecer de los papas, su concepto del gobierno y su vademecum en el trato con los pueblos. Y lo continuó siendo bajo el sucesor de Gregorio, Pío IX, a quien Dios le concedió ser su vicario por un período más largo que el de ningún otro.
Y así volvería a ser, y de modo inmediato -presunción que no peca de ligera- si lo permitiera el espíritu de la época. Ya mediado el s.XX, el cardenal Segura predicaba, refiriéndose a los protestantes españoles, que el "hereje" no debe gozar del menor amparo jurídico en caso de conflicto con un católico y el cardenal de la curia Ottaviani se manifestó así: "A los ojos de un verdadero católico, la denominada tolerancia está completamente fuera de lugar".
Las ideas básicas responsables de la inquisición medieval siguen vivas y vigentes en el catolicismo actual."
(Algún día, alguien me va a saquear la biblioteca y voy a quedar descerebrada porque todas estas cosas no me las acuerdo ni en pedo, aunque sí recuerde en qué libro están...)
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