La vieja de la esquina es una vieja que viene al local (y que, ¿adivinen?: vive en la esquina) todas las semanas. En general compra pollo al spiedo. Y todas, todas, TODAS las veces se queja.
En general se queja del grado de cocción de pollo. Nunca está lo suficientemente cocido para su paladar. Una vez le vendí un pollo prácticamente quemado y a la semana siguiente cuando vino a comprar se quejó de que estaba crudo.
Hoy vino, como de costumbre, a comprar pollo.
- ¿Está cocido?
- Sí.
- ¿Segura?
No, adivino. Le tiro el tarot al pollo y las cartas me dicen si está cocido o no.
- Sí.
- Porque la última vez lo tuve que poner al horno.
- Está cocido, pero si usted quiere que lo deje en el spiedo un rato más no tengo ningún problema.
Es más, la próxima me avisa y lo empiezo a cocinar a las nueve de la mañana para que esté listo a las diez de la noche, bien cocido, como a usted le gusta.
- Sí, mejor. Vuelvo en un ratito.
Y se va a su casa que, otra vez, es en la esquina. Y parece que deja el bolso, o entra a ver si todo está en su sitio, o saluda al gato, no sé, pero al instante vuelve. O sea, el pollo está exactamente tan cocido ahora como estaba hace medio minuto. Se lo envuelvo.
- Pero está cocido, ¿no?
No le contesto, pero porque mi hermana me está mirando fijo y siento su voz en mi cabeza diciendo "le contestás y te mato". Ah, sí, mi hermana y yo nos hablamos por telepatía.
Cuando se va le digo a mi hermana:
- Si esta vieja de mierda no me compra más, no me ofendo, ¿eh?
- No te sobran clientes.
- No. Y paciencia tampoco.
La próxima le envuelvo un pollo recién sacado del freezer, con menudos y todo, a ver si le entra en ese cerebro de mosquito retrasado lo que significa crudo.
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