Diferencias de opinión
>> 16 mar 2014
La conocí de manera virtual, como conozco a muchísima gente en mi vida (por no decir a la gran mayoría), ya ni recuerdo dónde ni en qué momento ni bajo qué circunstancias. Recuerdo, sí, que nos enfrascamos, esa primera vez, en una conversación sobre literatura que duró algunas horas y en la que discutimos sobre libros que, había pensado, nadie más que yo había leído.
Y acá tengo que hacer una confesión: cuando conozco a alguien, sobre todo cuando conozco a alguien de manera virtual, casi una de las primeras cosas que hago es sondear sobre gustos, específicamente sobre gustos literarios, el test de Julito y esas cosas, básicamente porque me sirve de filtro. Es cierto que el hecho de que le guste Salinas no me garantiza nada, pero es un paso, o, al menos, es lo que yo creo. El punto es que ella pasó mis filtros con soltura y me dejó regulando con algunos de sus razonamientos, algo que siempre es bueno según mi propia vara de medición.
Después de esa primera vez volvimos a "hablar" al día siguiente, y luego al otro, y, de alguna manera que no puedo identificar ahora, pasamos mucho, muchísimo tiempo frente al monitor comunicándonos la una con la otra, tendiendo puentes, primero literarios, luego musicales y luego todos los demás.
Quiero aclarar que cuando digo "hablar" no me refiero a ningún artilugio del tipo skype o cámara web o lo que sea: Texto liso y llano porque me gusta así, pero yo pensaba que podía leer en sus letras hasta el tono de su voz o la manera en que, luego descubrí, entrecerraba los ojos cuando se reía. Por supuesto que esto era una estupidez, pero yo lo creía, ella me secundaba y, después de todo, ¿quién puede discutir que no fuera así?
Pasado algún tiempo empecé a pensar que estaría bueno que nos juntáramos a tomar un café porque todo bien con la virtualidad, pero llega un momento en que se necesita de lo real, así que se lo propuse y ella aceptó.
Fui a nuestro primer encuentro nerviosa aunque quizás ese no sea un adjetivo apropiado, digamos, para evitarnos vueltas literarias innecesarias, que se acerca mucho a la ansiedad. Pensaba que por culpa de los nervios iba a decir alguna pavada para hacerme la graciosa y, obvio, quedaría en ridículo.
Fui a nuestro primer encuentro nerviosa aunque quizás ese no sea un adjetivo apropiado, digamos, para evitarnos vueltas literarias innecesarias, que se acerca mucho a la ansiedad. Pensaba que por culpa de los nervios iba a decir alguna pavada para hacerme la graciosa y, obvio, quedaría en ridículo.
Fue en un bar del centro. Uno de esos chiquitos y poco iluminados, nada de Starbucks o Café Martínez o Bonafide, no, no, uno de esos que tienen olor a los años cincuenta y fotos de tangueros en blanco y negro, ahí fue.
Cuando llegué, ella ya estaba esperándome, cosa que me sorprendió porque yo suelo llegar bastante antes para tener ese privilegio, el de ver a la otra persona llegar, siempre creo que en la observación del lenguaje corporal de alguien se aprende mucho. Levantó la mano para llamar mi atención, le di un beso rápido en la mejilla, me senté frente a ella, pedí un capuchino italiano ante la mirada incrédula del mozo y empezamos a hablar.
Nunca supe quién había comenzado, quizás fueron yo y mis nervios, quizás ella y su sonrisa, no lo sé, pero una vez que empezamos ya no pudimos parar. Hablamos de todo lo que ya habíamos hablado de manera virtual, de Julio y de Alessandro, de Neruda y de Salinas, de literatura fantástica y de ciencia ficción, de las películas que nos gustaron, de los diálogos que recordamos, de las familias, los viajes, la música, los animales. Y mientras desplegaba todas mis armas de seducción no podía dejar de pensar en si ella era real. Linda, inteligente, sensible, dulce, ¿dónde había estado todo este tiempo? Pasaron las horas y nosotras seguíamos ahí con más café del que había tomado en toda mi vida. La tarde caía sobre Buenos Aires y yo pensaba en la mejor forma de invitarla a seguir esta conversación en mi casa y, por qué no, en mi cama.
Ya ni sé de qué estábamos hablando cuando dijo, evidentemente refiriéndose al tema en cuestión:
- El sexo no es tan importante, importan más éstas cosas, éstas que tenemos ahora vos y yo, la buena compañía, la charla, el sentir al otro como parte de una.
La miré a los ojos buscando la broma detrás, pero no, hablaba en serio.
Por supuesto me fui. Evidentemente las coincidencias literarias, musicales y fílmicas no lo son todo.
Por supuesto me fui. Evidentemente las coincidencias literarias, musicales y fílmicas no lo son todo.
4 comentarios:
¡Diablos! ¡Faltó la guinda, faltó la guinda!
Guillermo Altayrac: Con la guinda te referís a un final más acabado?
Jajajajaja!
Puede ser...
Besos.
¡No! El final del texto está bien.
¡La guinda es el sexo!
Guillermo Altayrac: Jajaja! ¡Claro! Pero no llegamos, ya vio la opinión del orto que tenía la señorita en cuestión...
(señorita, por otro lado, completamente inventada, por si no quedó claro)
Besos!
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